El espacio cerrado más seguro es aquel en el que aire fresco de fuera constantemente reemplaza el aire de dentro.
En edificios comerciales, el aire fresco ingresa usualmente a través de sistemas de calefacción, ventilación o aire acondicionado. En los hogares, en cambio, el aire de fuera suele entrar por ventanas y puertas abiertas, además de grietas.
En pocas palabras, cuanto más aire fresco entre a un edificio desde fuera mejor será. Ese aire que ingresa diluye los contaminantes presentes en el espacio cerrado, se trate de un virus o algo diferente, y reduce los riesgos de exposición para las personas.
Colocar cerca de una ventana un ventilador que sopla hacia el exterior aumenta considerablemente la circulación de aire.
Los ingenieros ambientales calculan cuánto aire entra desde fuera a un edificio usando una medida llamada tasa de intercambio de aire.
Esta cifra indica el número de veces que el aire de un edificio es reemplazado con aire de fuera en una hora.
La tasa depende del tamaño de la habitación y el número de personas en ella.
Pero la mayoría de los expertos considera que seis cambios de aire son buenos para una habitación de 3 x 3 metros en la que hay tres o cuatro personas.
Durante una pandemia, se estima que la tasa debe ser mayor.
Un estudio de 2016* señaló que un cambio de aire de nueve veces por hora redujo la transmisión de los virus de SARS, MERS y H1N1 en un hospital de Hong Kong.
Mantener abiertas las ventanas y puertas es un buen comienzo. Colocar cerca de una ventana un ventilador que sopla hacia el exterior también aumenta considerablemente la circulación de aire.
En edificios en los que no pueden abrirse las ventanas, puede ajustarse el sistema mecánico de ventilación para aumentar el bombeo de aire desde afuera.
Sea cual fuere el tipo de habitación, cuanto más personas haya en ella, más frecuentemente debe cambiarse el aire.
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